sábado, 26 de julio de 2014

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1CxD02-096 26 de julio de 2014

Libros despegados

© Jorge Claudio Morhain

El pequeño hombrecito caminaba a duras penas, entre las hojas secas, entre las hojas podridas, entre los senderos de hormigas, entre las huellas de zorros, entre las orugas y los pájaros que amenazaban tomarlo como presa. Difícilmente distinguía una de otra las migas de pan que fuera dejando cuando sus padres lo abandonaron en el bosque porque era muy pequeño para trabajar en la granja. Se había escondido una hogaza entera y la había ido soltando poco a poco, para tener una guía para el regreso.
Pero…
Cuando llegó a un claro, se encontró con una bandada de pájaros. Que, curiosamente, no se interesaron por él, porque estaban demasiado ocupados… comiendo miguitas de pan.
Furioso, se abalanzó sobre la bandada, que remontó vuelo, y pudo alcanzar a distinguir aún alguna miguita que quedaba marcando una dirección hacia la espesura.
Esperanzado, se metió corriendo entre la maleza. Pero aquellas no eran miguitas. Eran pedruscos blancos de una cantera. Alguien había tenido su misma idea, pero en lugar de migas había ido soltando piedrecillas.
No había más pan. Los pájaros se lo habían comido todo. A falta de pan, pensó Pulgarcito, buenas son piedritas. Y, casi contento, siguió el caminito que se adentraba en el bosque, hacia una zona menos oscura y menos siniestra, donde hasta algunas flores sonreían al pasar.
Así fue como Pulgarcito llegó a La Casa de Chocolate. Y la anciana perversa que esperaba a Hansel y Gretel para hornearlos, se encontró con ese enanito que le devoraba un alero sin la menor consideración.
Sacó la escoba e intentó espantarlo, pero entonces apareció corriendo una nena vestida con una capucha colorada que gritaba “¡ahí viene el lobo!”
Así que la nena, Pulgarcito y la vieja malvada se encerraron en la casa, y compartieron la comida de la abuelita, mientras afuera los lobos aullaban de hambre.


–Pablito, ¿otra vez desarmaste tus libros de cuentos?
–Vienen con las hojas pegadas. Se salen solas, ma.
–Sí, tenés razón. Libros eran los de antes.
La mamá arropó a Pablito, que se durmió muy contento, aferrado a su conejito robot.

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