sábado, 5 de julio de 2014

1CxD02-076

1CxD02-076 5 de julio de 2014

Soñar, soñar…
© Jorge Claudio Morhain

El señor Pérez soñaba. Bueno, todo el mundo sueña. Pero el señor Pérez era un soñador serial. No hablamos de los ensueños (ese “soñar despierto” o “dejar volar la imaginación”), que los tenía, sino los sueños nocturnos. O siesteros. Soñaba. Y recordaba los sueños. Y, en los sueños, reflexionaba sobre la extraña calidad de los sueños y los extraños lugares que recorría con total nitidez. Ese país extraño, por ejemplo, oriental, con bazares de cosas muy exóticas, llenos de almizcle y pardos, con acróbatas extraños y calles abarrotadas. Podía ser la India, pero no lo era, era mucho más extraño. O el sueño de que los sueños habían deslizado la realidad y donde un sueño lo conectaba con un futuro entre desértico y agostado, con una sociedad dependiente de una capitana sabia, llamada La Roja. Un universo donde formaba una familia con una mujer cálida y amable, y salía a recorrer llanuras de polvo viscoso y amarillento. El señor Pérez escribía, de a ratos, y a veces sus sueños vivían en sus escritos.
El primer sueño hiperrealista había sido hace muchos, muchos años, cuando era un niño. Algo soñaba, estaba en una habitación, y giraba rápidamente para irse. Y chocaba bruscamente contra un vidrio. Se despertó, entonces, porque la sensación de haber chocado con un vidrio era absolutamente real, pero no había vidrio ni nada contundente: sólo la cama.
Otra vez, no hace mucho, se despertó porque alguien roncaba demasiado. Y al despertarse advirtió que quien roncaba era él.
“Tengo que documentar estas cosas”, pensaba. Porque, deducía, acaso sólo esté soñando, o acaso todo sea un sueño, o acaso sea sólo el sueño de alguien (esa idea solipsista se le había ocurrido de joven, y luego leyó que la compartía con muchos escritores)
Claro, había otros aspectos más prácticos. Muchas veces, en el sueño, buscaba un baño. A veces lo encontraba, y estudiaba sus detalles, porque había conocido todo tipo de sanitarios, en sus sueños. Pero entonces despertaba, porque, simplemente, en la realidad, debía ir al baño.
Claro, había sueños recurrentes: una casa sumamente pobre y deteriorada, donde se veía obligado a vivir, enormes masas de barro rodeando su domicilio actual, pero treinta años atrás. O ese viaje a algún lugar, desde donde intentaba volver, en el que conocía a gente querible, que lo ayudaba a regresar. Claro, nunca regresaba, en el sueño.
Pellizcarse no funcionaba. Podía sentir un pellizcón en el sueño, y seguir soñando.
Sólo su propia resolución, la de despertarse, era válida.
El señor Pérez volvió a recordar aquellas llanuras recorridas con vehículos con largos acoplados, el planeta Tierra de La Roja. Tendría que volver allí. Tenía una misión, y ella esperaba que la cumpliese. Esta noche. Como otras veces, retomaría el sueño anterior, y seguiría la aventura.

El timbre, que sonaba en segundo plano, ¿no sería el despertador?

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