viernes, 25 de abril de 2014

1CxD02- 007



1CxD02-007 (25 de abril de 2014)

TU AVENTURA
El olor a cuero, siempre. A cuero y talco. Talco con olor a cuero. Griselda no sabría qué hacer de su vida si no hubiera olor a cuero.
Rolando (mucho después sabría que se llamaba Rolando) estuvo un rato mirando en la vidriera. Desde afuera se veía el mostrador de Griselda, hay que decirlo. Y luego entró. Toqueteó algunos zapatos, metió la mano, palpó el cuero. Y se acercó al mostrador.
        -¿Siempre estás tan linda?
        -Siempre, para vos.
Pero no fue así. Vaciló un rato, con la vista fija en la mesada. Y Griselda dijo:
        -¿Señor…?
        -Número 42, señorita… Griselda. Como aquellos… –En el negocio las vendedoras llevaban el nombre en un cartelito, en el pecho. Precisamente para que los clientes las identificaran por su nombre.
Griselda había aprendido que era para que los clientes las acusaran por su nombre, si tenían qué quejarse.
Rolando se probó varios modelos, concentrado. Mientras tanto, Griselda atendió a un niño travieso y se puso nerviosa.
Rolando esperó hasta que se vaya el niño y le alcanzó un par.
        -Perdón…
        -No es nada. ¿Te pusiste nerviosa?
       - ¡Uf! Sospecho que yo criaría mejor a mis hijos…
        -Podríamos probar. A lo mejor es cierto…
Pero no fue así. La segunda frase de Rolando fue:
       - Estos parecen buenos. ¿Me los recomendás?
        -Te los recomiendo especialmente. (No, “hacen juego con tus ojos” no se lo dijo)
Rolando estiró la mano, suavemente, hacia la mejilla de Griselda.
       - Sos muy linda…
        -Gracias. – pero apartó la cara, como casualmente, mientras colocaba los zapatos en su caja.
Rolando pasó la mano por detrás de su nuca, la atrajo hacia sí y le dio un beso. El mostrados se derritió y las lamparitas explotaron.
Pero no fue así. El cliente pagó con tarjeta, dijo “Buenas tardes” y se retiró.
Había mucha luz aún –era verano– cuando Griselda terminó su horario. Mientras la cortina chirriaba a sus espaldas, tomó la calle arbolada, hacia la parada del 51.
       - Hola, Griselda –dijo Rolando, casi chocando con ella desde la esquina. –Qué casualidad…
        -¿Sí? Disculpe… –lo esquivó para seguir su camino.
       - Perdón. ¿No me ubicás? Te compré unos zapatos, esta tarde. 42. Me llamo Rolando.
        -Ah, mucho gusto.
       - ¿Puedo… puedo invitarte a tomar algo? Una gaseosa, algo… Soy nuevo por aquí, y seguro vos podés orientarme…
Griselda miró la calle, la gente que pasaba. Algún conocido al que saludó con un movimiento de cabeza. Después miró, directamente a los ojos, al hombre.
       - Bueno.
        Me llamo Rolando. Mucho gusto. –Rolando le dio la mano. ¡La mano! ¿Cuánto hacía que nadie le daba la mano? Todo el mundo se besa. Lo de la mano le resultó tan gracioso…
Ah, sí, fue así. El bar estaba a un paso, y tomaron un helado. Griselda le hizo una guía turística del barrio, y Rolando tenía unos ojos divinos.
De pronto el hombre se levantó, y se sentó en la silla más próxima a Griselda. Pasó su mano sobre sus hombros y la miró a los ojos. Muy cerca. Ella podía oler su perfume. Muy cerca. Ella podía sentir el calor de su aliento. Rolando aproximó el rostro. Griselda cerró los ojos. Esa cosa tan tierna, tan suave, se estaba apoderando de su boca: los labios de Rolando.
Pero no fue así. Rolando chasqueó los dedos, y Griselda vio cómo caían pedacitos de ensueño por todo el bar.
      -  ¿Dónde estabas? Un peso por tus pensamientos…
       - Ay, disculpame. Hoy es viernes, y siempre termino la semana fusilada.
Rolando agitó el brazo, llamando al mozo.
      -  ¿Y vas a bailar?
        -A veces…
       - ¿A qué hora paso a buscarte…?
       - Rolando, yo…
        -Está bien. Ya habrá tiempo. Espero…
       
       - ¿Vamos? ¿Vas lejos?
        -Tengo que tomar el colectivo.
       - Si me permitís, te llevo en auto…
        -…
        -Aquí, a la vuelta. Disculpame si soy un poco zarpado, ¿eh? Yo no…
       - A las nueve.
       - ¿Qué?
        -Que pases a buscarme a las nueve.
Pero eso fue cierto.
Y Rolando la llevó hasta su casa, y bajó como un tiro, dio vuelta al auto y le abrió la puerta. ¡Le abrió la puerta! Definitivamente, un galán a la antigua.
Sí, obviamente, Griselda vivía sola.
Dijo “chau” por segunda vez, desde la puerta de su casa. Él seguía parado delante del auto.
Griselda abrió la puerta, le hizo señas, y Rolando vino corriendo. La entró en brazos, cerró con una patada casi sin mirar, y la empezó a bañar de besos, la empezó a acariciar, a desnudar…
Pero no fue así.
Griselda entró. Cerró lentamente. Se quedó contra la puerta. Abrió de nuevo.
Rolando estaba firme, junto al auto. Mirándola.
Ella se hizo a un lado, y Rolando, lentamente, entró a la casa.
       - ¡Qué lindo! Estás vos en toda la casa… Ah… y te gusta leer… “Vive tu propia aventura…” Linda colección. Yo leí varios, cuando era chico.
Griselda estaba de pie detrás de Rolando. Era la primera vez que entraba un hombre a su casa. ¿Estaba loca?
Rolando se volvió. Lentamente.
Estiró la mano, y le acarició el pelo.
Después la tomó en sus brazos, y la besó largamente, largamente.
Y eso fue así.
Los libros de “Vive tu propia aventura…” siempre terminaban así.
Así que algo –pensaba Griselda– está terminando. Tengo que cerrar el libro…
Pero el libro siguió abierto.


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