miércoles, 30 de abril de 2014

1CVxD02-012



1CxD02-012 (30 de abril de 2014)

RONDAS NOCTURNAS
© Jorge Claudio Morhain

Ya ha vuelto la noche.
El frío. El viento. La oscuridad. Es la hora…
¿Cuántos años hace que don Colman hace lo mismo día tras día? Los mismos movimientos repetidos. Encender las luces, en su casita del fondo. Luces que indefectiblemente fallan, y hay que volver a las velas. Ponerse el abrigo húmedo, levantar el enorme aro con llaves del tablero, caminar por la grava rumorosa, empujar la reja chillona, oír el resonar sordo como de campana con gripe, raspar el hierro con la cadena, enganchar el enorme candado amarillo.
Clack.
Ya está cerrado.
Volver por el camino de grava. Encender el Primus a mecha. Calentar la pava y empezar la ronda de mates. Enseguida llegarán las visitas.
Deslizándose entre la oscuridad y las chanzas de la luna, cuando se le antoja. Golpeando brevemente y entrando sin esperar respuesta. A veces muchos. A veces sólo alguno.
El que no falla, casi nunca, ya está allí. El desesperado.
– ¿Llegó una nueva, o me equivoco?
– Llegó una nueva.
El desesperado sonríe, nervioso. Paladea la palabra “una” como si fuese un retrato dulzón y esquivo.
– ¿Vendrá?
– Difícil. Hasta que se halle. Vos sabés, pueden pasar días. Meses. Años.
– Eh, no tengo toda la vida…
– No, ya no…
Contra todo pronóstico, alguien sollozaba, afuera. Suavemente, como gato resfriado. Como con culpa.
Colman y el desesperado salieron a ver. Y sí, ahí estaba la nueva.
Pálida. Suave. Hermosa.
– Pero… es casi una niña…
– Qué va a hacer… Así es la vida…
Consiguieron que entrara, que tomara mate. Eso pareció calmarla. Hasta pareció disfrutar de la charla histérica del desesperado. Lo que era todo un triunfo, tan raro como que alguien apareciese la primera noche de su residencia.
Comenzó entonces la relación más mentada de la época. Colman y el desesperado conocieron toda la historia de la muchacha. Que, lamentablemente, nunca pudo dejar de sollozar.

–Si venís, por las noches, hasta es posible que la oigas­– dijo el Turco.
–Sos bueno contando mentiras– La Rosa se acurrucó un poco más, porque era invierno, en el pecho del Turco.
–No son mentiras… –dijo quedamente, al cabo de mucho rato y como de masticar la respuesta. El Turco.
–Sí, claro. –contestó la Rosa.
Se estaba bien ahí, en el banco del paseo lleno de árboles y tranquilidad y pájaros y solcito. Se estaba bien, en los brazos del Turco Colman, que mentía historias sobre su padre. O su abuelo. O algo así, no importaba, si total eran mentiras.
–No son mentiras –, repitió el turco Colman.
–Me hacés llorar, Turco…
Se estaba bien, en aquel banco entre los mausoleos del cementerio.
Lástima esa tendencia de la Rosa: ya fuera por dolor, por angustia, por nostalgia, por lástima, pero también por felicidad, siempre lo mismo.
La Rosa lloriqueaba.
Se estaba bien entre los mausoleos del cementerio.

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