miércoles, 25 de noviembre de 2009

6/11/2009 Delhi, primera parte












6 de septiembre 2009- Mañana: visita a Delhi

Nueve y media dejamos el palacio The Lalith (el hotel donde nos alojamos), y abordamos un auto blanco, Subaru, nuevo, con aire acondicionado y un chofer macanudísimo: Karen Sing. Comenzaba el viaje fantástico. Porque, claro, casi 28 horas de avión no son una experiencia agradable, gracias a las mezquinas compañías aéreas. En otra oportunidad había viajado por Air France. Puedo decir que British Airways 2009 es peor. No sólo la torturante estrechez de la clase turista: ni siquiera los asientos de primera podían considerarse confortables: eran cubículos encerrados por mamparas, como en una oficina. Deprimente. Por otra parte, no sé si tendrá que ver la BA, pero cuando volábamos de noche a la altura de Dakar, sobre el mar, caímos repentinamente en un pozo de aire que yo calculo en por lo menos cien metros. Cien metros de caída libre repentina, de plano (no en picada). Y enseguida otra. Despertamos. Fue un griterío impresionante, de terror. Una jovencita cordobesa que viajaba detrás de mí sufrió horrores el resto del viaje. Ni siquiera aceptó ser llevada a primera clase. Desde luego, nadie dio explicaciones. Un comisario de a bordo de dijo con sorna que habíamos caído “un par” de metros. Me preguntaba si estas caídas repentinas, de las que nadie habla, son frecuentes. Y si el Air France que cayó en el océano sufrió algo parecido. Afuera había relámpagos. Atravesábamos una tormenta. Pero bueno, llegamos de noche a Delhi, y lo primero que dije, a nuestro guía Anwar Sing que “aquello no era lo que esperaba”. Circulamos por una larga autopista iluminado, entre edificaciones enormes, junto a un ferrocarril elevado que en la ciudad continuaba bajo tierra: un nuevo metro del centro de Delhi al aeropuerto, con motivo de las Olimpíadas de Commonwealth de 2010. Y según dijo el guía, se construían aceleradamente hoteles para albergar a los visitantes. Como el que nos destinaron, nuevo, alto (estábamos en el piso 20), que nos apabulló con su belleza y modernidad y su enorme carga de objetos de arte. Un detalle curioso: el baño estaba separado del cuarto por una pared de vidrio, junto a la bañera. Con cortinas, si uno quería cerrarlo. Salimos a Delhi, por la mañana. El guía, Anwar, nos contó la historia de la ciudad. “Nueva” Delhi era la zona donde estábamos, en el Parque Connaught, y era la ciudad construida por los ingleses junto a la milenaria, “vieja” Delhi. Y hacia allí fuimos. La primera parada sería el Fuerte Rojo de Delhi.


Las calles siguieron siendo amplias, hasta llegar a la vieja Delhi. Pero apenas enfrentamos las avenidas, la marea verdeamarilla de los moto-rickshaws se volvió hipnótica. Circulaban colectivos, muy parecidos a los de Buenos Aires, aunque antiguos. En pocas oportunidades vimos alguno moderno de piso bajo. La peculiaridad que me llamó la atención fueron las ventanillas cerradas con varillas metálicas, a modo de rejas. Como fondo, enormes y modernos edificios.

Luego llegamos a la parte vieja. El contraste entre modernidad y obsolescencia se hizo patente. Obsérvese la calle de tierra junto a la avenida, con barro. A la altura del Fuerte, los templos, cuidados, uno junto a otro, se hicieron comunes. Allá, arriba, uno de los muchos signos sagrados de la cultura india: la esvástica. Buena señalización, siempre en inglés y a veces también en hindi. India sabe lo que es el turismo y cómo “explotarlo” lealmente.

Los numerosos jeeps que se ven en la foto son una segunda o tercera forma de transporte. Primero están los bici-rickshaws, luego los moto-rickshaws, luego los jeeps que cargan personas como taxis. Hay taxis en modernos automóviles, como el que nos conducía, sólo identificables por el color de la chapa patente. Y los colectivos. Y, desde luego, motos, scooters, todo tipo de vehículos individuales motorizados. Mucha ropa occidental en los hombres, pero algunos vestidos a la india, según distintas religiones. Las damas, en cambio, utilizando unánimemente el sari.

El Fuerte, según los libros (y la copiosa información que nos daba el guía) el Lal Qila, Fuerte Rojo, llamado así por estar totalmente levantado en piedra arenisca roja, tiene una muralla de 2 Km y 18 metros de altura. Se construyó entre 1638 y 1648. Buena parte del mismo (lamentablemente, dijo el guía) está ocupado actualmente por el Ejército Indio, y no es visitable por el turismo. Como en casi todos los centros turísticos que visitamos, se cobra entrada (en nuestro caso estaba todo incluido) y hay estrictas medidas de vigilancia.

Aquí está Haydée Sena, mi esposa, mostrando su bolso a las soldadas. Después, todo es grandioso. Entramos por la puerta de Lahore, la principal.

La construcción está rodeada por un profundo foso, en el que en la antigüedad no sólo había agua sino también cocodrilos. En realidad, estos edificios se llaman “fuerte” porque cumplían la misión de defensa, pero eran ciudadelas ostentosas y lujosas, palacios que corresponden a lo que uno se imagina como Las Mil y Una Noches. En general, el cuidado y el mantenimiento es perfecto, y algunas áreas se utilizan para espectáculos, como pude advertirse en la foto.

Obsérvese también la inmensa cantidad de palomas presentes en el techo. Todos estos palacios de los maharajás o reyes tenían un área llamada “sala de audiencias”, amplios cobertizos abiertos que se cerraban con cortinados (mojados permanentemente cuando hacía mucho calor, para refrescar el interior), y donde se ubicaba el Maharaja (pronúnciese “majaraya”; y, a pesar de que Word lo corrige con acento final, en India se pronuncia sin acento) El Maharaja se ubicaba en un trono como este:

El tejido del frente es para impedir saqueos, obviamente. Está hecho de mármol con incrustaciones de piedras preciosas, técnica que (ya veremos) tiene su punto alto en el Taj Mahal) A los costados y bajo el techo se ubicaban los funcionarios inferiores. El pueblo llenaba libremente el patio enfrente y se acercaban a la “sala” para presentar sus pedidos, quejas, etc. Así, el dignatario tenía contacto directo con sus súbitos. Aprovechemos para observar la vestimenta común de los tres muchachos, obviamente occidental. Nosotros vestíamos para esa ocasión bombacha criolla y alpargatas, lo que llamaba la atención. Otra constante es la botellita con agua, profusa y constantemente utilizada por todo el mundo. Y nadie se toma el trabajo de rellenarlas: es otra fantasía de Slum Dog Millionaire.

En todos los palacios que vimos hay profusión de tallado en piedra. Yo decía que, así como ahora el Estado proporciona trabajo haciendo represas, caminos u otras obras públicas, en la época de construcción de esos palacios se ocupaban miles de personas en la labor artística que recubre esas edificaciones. Que si bien eran privadas, eran una especie de propiedad compartida entre el Maharaja y sus súbditos, puesto que uno no podía subsistir sin el otro. Y, sin duda, un valor artístico proveniente masivamente del pueblo indio, anónimo y multitudinario.

Como este detalle de una pared del Fuerte, hecho en plata. Un simple detalle en una profusión barroca de puesta en valor de muros por medio del arte.

Continuará…


martes, 3 de noviembre de 2009

INDIA 2009 (1)











1- Gente, costumbres, impresiones

En primer lugar, permítaseme un chivo.

Mi agente de viajes, Juan José Montaña (Worldview Tours en India) no sólo ha cumplido con creces lo que prometió, sino que fue felicitado por otros operadores en la India y objeto de envidia por parte de otros turistas no tan conformes: http://www.jjmontana.com.ar

Suelo proponerle a mis alumnos (en realidad, soy bibliotecario) un ejercicio: extender el pulgar y el índice de cada mano en ángulo recto y unirlos formando un espacio rectangular. Luego le pido que miren por ese hueco. Que miren lo que los rodea. Comprenderán enseguida qué escasa, fragmentada, e incompleta es la realidad que observan a través de ese hueco. Que, claro, tiene la forma de una pantalla. La pantalla que muchos creen (también yo, ya verán) que “refleja” la realidad. Es un ejercicio claro y sencillo, y sumamente gráfico. Eso me pasó a mi viaje a la India, entre el 4 y el 17 de septiembre. Casi nada de lo que había visto en la pantalla, casi nada de lo que había leído en libros, notas y artículos, aún en guías de viaje, resultó cierto. El primer impacto fue descubrir que la India y Nepal son países modernos. Con autopistas, celulares, automóviles nuevos, gente informada, culta. Esperaba muchos pobres. De hecho, todos me preguntan inmediatamente “¿muchos pobres?”. Y sí, hay muchos pobres. Pero, diríase, es una clase especial de pobreza. No hay gente gorda (de hecho, creo que en nuestra gordura junto con el cutis blanco llamaba la atención: varios indios pidieron sacarse fotos con nosotros), y las comidas son muy frugales. Además, muchísimos indios son vegetarianos. Hemos visto villas miseria a lo largo de la ruta, hemos visto aún grupos humanos en carpas (que les provee el gobierno, nos dijeron) Había mendigos que golpeaban los vidrios del auto (más allá de los miles de vendedores de baratijas). Pero no era esa indigencia diría que culposa, gimoteante, de los mendigos de Buenos Aires. No es el hambre lacerante de quien está acostumbrado a dietas altas en proteínas, como en nuestro país. Allá la pobreza es como estructural, viene de siglos, de milenios. Hay gente que tiene poco para comer. Y se acomoda a ello. El pedir es algo aceptado, el esperar una propina o una limosna algo natural. En Nepal me siguió una niña, Latika, con su hermanito atado a la espalda. Pedía limosna, pero algo le causaba una gracia incontenible y la mayor parte del tiempo lo pasó riéndose. Su risa me conquistó. No es totalmente resignación. Es algo más profundo, que hace a su religión, a un profundo arraigo del hinduismo y sus cuatro millones de dioses. Es ver la vida de un modo circular (hoy hombre, mañana buey, luego serpiente, otra vez hombre, y la rueda gira siempre, gira; hasta que las buenas obras y la mucha oración lo sacan de la rueda, entra al ansiado Nirvana) En Occidente nuestro sentido de la vida es lineal: es un hilo tendido entre el día que dejamos el útero hasta el día que descendemos a la tierra. Las creencias en vidas posteriores no sólo están descalificadas, sino que siempre han tenido un sentido autoritario: “alguien” decide si uno va al Cielo o al Infierno. Allá la maldad se paga en otra vida, pero aquí, en la tierra; la bondad se premia en otra vida aquí mismo, elevándose en el nivel humano. Lo más notable que observé en la población de la India es su filosofía de vida. Quizás incorporación inconsciente de los siglos, milenios, manteniendo una creencia religiosa. No hay gente enojada, no hay gente estresada, nadie insulta, nadie putea. Y esto, teniendo en cuenta el caos fenomenal que es el tránsito, es digno de destacar. El tránsito es algo aparte. Y creo que tiene algo que ver con una libertad individual profunda que descubrí en la gente de la India. Cada persona parece haber encontrado el lugar que le corresponde en la sociedad, y aplica a las normas de acuerdo a ese lugar que tiene en la sociedad. Los coches circulan por la izquierda, pero ninguno tiene empacho en invadir la derecha para adelantarse, para cruzar, siempre que toque bocina, bocina, bocina. La falta de respeto a las normas incluye hasta ¡15! personas sobre un taxi triciclo y llamado en la India “ moto-rickshaw” y en Nepal “ tuk tuk”. O, de pronto, avanzar ¡de contramano! por una autopista. El sistema de castas sigue existiendo. Un viaje en rickshaw (triciclos a sangre: ya no hay corredores llevando las varas) por los callejones de la Delhi antigua, es una experiencia religiosa. La pesadilla de un taxista en medio de un piquete. Se toca bocina, mucha, los camiones dicen atrás “toque bocina”. Pero hay muy pocos accidentes. Nadie grita porque una moto se mete delante, se cruza, sale de su mano. En Jaipur tuvimos un guía que pertenecía a la casta más elevada, la de los sacerdotes. Pero la Presidenta de la República pertenece a la casta más baja, la de los parias. Nos mostraron las universidades (que no son gratis, pero muy “económicas”) Existen exámenes de ingreso a muy rigurosos. Excepto para los miembros de la clase de la casta más baja. El comercio y la explotación de la tierra se hacen de manera individual. Es evidente la falta de grandes centros de comercialización, de empresas productoras y/o distribuidoras. Sí hay multinacionales: Pepsi y Coca Cola, y McDonald. Pero en los McDonalds también comen (algunos de determinada provincia) con la mano (derecha). Los negocios consisten en millones de puertas abiertas a la calle. Al contrario de occidente, las transacciones minoristas no se realizan dentro de un edificio, sino abiertas a la vereda (si la hay). Porque se confunde la calzada con la vereda, constantemente, y hay calles muy estrechas. La explotación agrícola es primitiva. No hay maquinaria, excepto tractores. Y la cría de ganado es también individual. Las vacas sagradas tienen dueño, que las cobija de noche y las ordeña de mañana. El resto del día lo pasan en la calle procurándose comida donde pueden. Lo mismo pasa, sin embargo, con otros animales no sagrados: hay cabras, burros, búfalos, circulando por las calles, carreteras, autopistas. En la zona de Rajasthán se utiliza el camello, como animal de tiro, y algunos elefantes. Aunque, nos decían, el problema de los elefantes es el alto costo de su manutención. Las carreteras tienen peaje, y, como en la Argentina, las que no lo tienen están en estado entre regular y desastroso. Hicimos 500 kilómetros en automóvil. En automóviles nuevos, japoneses, con aire acondicionado. Nuestro grupo era sólo de dos personas. A veces, me daba la impresión de estar viviendo dentro de una película, porque las cosas pasaban del lado de afuera del auto, y no sentía ni el olor, ni el calor que nos apabullaba cada vez que descendíamos. En Nepal también tuvimos otra sorpresa. Resultó un país más “civilizado” (mi hija me dijo: ‘no “civilizado”, sino “globalizado”’) Las mujeres no sólo visten sari, obligatorio en la India, sino vestimenta occidental. Hay veredas, y los comercios atienden en el interior. Pero, claro, saliendo de la ciudad de Katmandú las costumbres vuelven a parecerse a las de la India, las negocios similares a ese país, etcétera. Esto da una pauta del avance de esa globalización que sin duda va avanzando y que terminará modificando a estos países, en los próximos años (o en los próximos siglos)